domingo, 3 de enero de 2010

inútiles las balas

Fue el día que decidí dejar correr el mes de depósito; ser detective en la ciudad no me había llevado a ningún lado, ya tenía que dejar el juego y pensar en invertir mi dinero en un negocio de verdad. El último trabajo que había tenido fue investigar a un marido homosexual que iba de los baños del centro y al ExTeresa, le tomé un par de fotos, el marido se llamaba Gonzalo, y Gonzalo tenía un noviecito de unos diecisiete años, le di las fotos a la señora y la dejé en el despacho y esperé fuera de la oficina, fumando, mirando por la ventana el edifico de enfrente, oliendo el olor a flúor del consultorio de la pareja de dentistas, esperé dos cigarrillos y entré, la mujer estaba sentada sobre el escritorio, tenía el sexo desnudo y la blusa abierta, regresé al pasillo y prendí otro cigarro, cuando volví la mujer estaba sentada en la silla, el sobre amarillo frente a ella, me senté, le regalé una sonrisa:
-¿Y ahora?
- Los mil pesos.
-¿Y yo?
La mujer quería llorar. Quizá debí darle más tiempo, quizá no debí darle las fotos…Tomé su mano, hice que rodeara el escritorio y la senté en mis piernas.
Quien soy yo para no coger con una mujer que quiere coger. Mientras volvía a desnudarse cerré el despacho, la mujer de las tetas inmensas me esperaba, tomé tiempo, podía olerla mientras me desnudaba, fui por ella cuando su olor había convertido el despacho en Acapulco.
El miércoles veintiséis llegué más tarde de lo habitual, Carmen; la mujer de Gonzalo, se había metido en mi vida y tenía problemas en sacarla de mi cama. Llegué a la oficina y desayune la torta Suiza que había comprado la tarde anterior. El ruido de la calle entraba por la ventana y yo hacia todo lo posible para escuchar el mar, pero en el día es imposible escuchar en el ruido del tráfico. Dos años antes, cuando recién había alquilado el lugar, tenía pensado poner doble cristal pero el trabajo no era suficiente para invertir nada. Tocaron, saqué una folder con fotos y notas y grite: “pase”.
Entró un tipo gordo, tenía el aspecto de un poeta maldito: barba crecida, ojeras, cabello grasoso, cabeza brillante, saco roto. Se quitó los lentes y me miró, me miró con los ojos más tristes que haya visto nunca, me miro y me dijo:
-Soy Arturo Tijero.
Luego guardó silencio, un silencio espeso qué rompí ofreciéndole un cigarro. Lo tomó y dijo:
-Soy Arturo Tijero.
-César López.
-Tienes que encontrar a Dalila.
Apagó el cigarro contra el cenicero. Esperé… Arturo sacó un H. Upman y mientras escupía sobre mi cara el humo de un cigarro de verdad me dijo:
-Tienes que encontrar a Dalila Medel.
-¿Quién es Dalila?
-Una mujer.
-¿Una Mujer?
-Sí… ella… ella escribe.
-Poesía.
-Poesía.
Arturo no es muy listo. Arturo escupe humo sobre mi cara. Arturo mira por la ventana. Yo, miro el guante de metal, el guante brilla junto a mi Colt nueve milímetros en el cajón del escritorio, meto la mano al cajón y acomodo la nudillera y entonces él dice:
-Me dio dinero.
-¿Ella?
-Ella.
Miro la puerta, miro mi mano derecha.
-¿Te dio dinero para que la buscaras?
-Sí.
Y espero… pero no dice nada.
-¿Y?
-¿Qué?
-¿Cuánto dinero?
-¿Orita?
-¿Cuánto dinero traes imbécil?
-Es un asalto- dice, y escupe otra vez el humo de su cigarro sobre mi cara.
Deja un sobre sobre la mesa y lo vacía: billetes de quinientos.
-Va haber más.
-¿Tienes fotos de ella?
-Sí.
-…
Espero.
-Pero no traigo.
-¿Cuándo la viste por última vez?
-¿Yo?
-¿Estás drogado?
-Sí.
-¿Cuándo la viste por última vez?
-Hace diez... o… quince días…
-¿Dónde, qué te dijo?
-Que viniera hoy y que te diera el dinero y que la buscaras.
-¿Puedes hablar sin que pregunte?
-Hoy no… mañana… o pasado.
Y saca una botellita de aguardiente y le da un trago y camina despacio, pero muy despacio, mientras busco algo que decir, él sale.
Me levanto del escritorio y miro por la ventana, después de veinte minutos veo a Arturo cruzar la calle y darle un cigarro a otro tipo mal vestido y caminar muy despacio sobre Jerónimo Beltrán. Me pongo la chamarra y bajo corriendo: no los encuentro.
Luego de caminar un rato regreso al despacho y me acuesto en el sofá, son las tres de la tarde, tengo veinte mil pesos en el cajón y ganas de comer un buen bistec acompañado de unas buenas cervezas y una buena amiga con buenas tetas, tengo el dinero, tengo a la amiga y la amiga las tetas.
El teléfono suena:
-Bueno…
-¿Quién habla?...
-César, César López…
-Voy a subir, llamé para ver si estaría.
Espero con la mano cerca de la pistola. Los veinte ya se presentaron a mis nervios.
Tocan a la puerta y entra un mamarracho, me parece conocido, camina hasta el escritorio y me da la mano, lo saludo, él aprieta mi mano y dice:
-Buenas tardes detective. Yo, yo soy Carlos Trejo.
-Ah, ya.
-Necesito su ayuda, es muy urgente, necesito que me acompañe, ya le explicaré todo en el camino, la verdad no sé cómo empezar, todo es tan extraño, me han estado siguiendo, mis sobrinos desaparecieron, el dinero se me cae de las manos y sé que si recojo el dinero la maldición se hará más fuerte, cada que abro un cajón encuentro droga: droga en la guantera del coche, droga en mi bolsa de aseo personal, droga bajo los documentos; siempre blanca, siempre buena, en todos lados. Algo me echaron, necesito romper la brujería.
Y Carlos deja caer la cabeza entre sus manos.
-Estoy trabajando tiempo completo en un caso, no voy a poder ayudarle.
-Te conviene… Te conviene conocer el mal, él tiene muchas caras, caras que te conviene conocer, te conviene conocer porqué anda su nombre diciéndose en la boca de demonios, demonios que se ríen cuando hablan de ti, usted es mentado en los sueños de mi sobrina, y mi sobrina no sueña, mi sobrina sólo tiene pesadillas.
-Híjole, pero es que me quedé sin balas de plata.
-De todos modos no le van a servir. Y si le digo que con este trabajo puede que encuentre a Dalila…
Espero. Dice:
-Dalila es una de sus secretarias, Dalila se sienta en las piernas de Dante y Dante le dicta. Dante es guardián de Francisco.
-¿Dante qué?
-Los apellidos son para recordar a los muertos, Dante es inmortal, Dante no necesita el recuerdo porque habita el presente.
-¿Quién es Dalila, dónde puedo encontrarla?
-No sé.
-¿Y Arturo Tijero?
-Es una mierda. Tijero es una mierda que no está media hora sin meterse nada. Es un pinche raterito de mierda; vende Sedalmerk por coca.
-¿Dónde lo encuentro?
-No sé. Oye, yo vengo a darte un trabajo, no a darte información de otro.
-¿Cuál es el trabajo, qué quieres que haga?
-Quiero que encuentres a estos tipos -me da una foto- quiero que encuentres su altar y veas si yo estoy en el altar, quiero que me traigas al muñeco que tienen encerrado con mi nombre.
-¿Y Dalila?
-Dante dice que la vas a encontrar.
Sobo la punta de mis dedos índice y anular.
Carlos sonríe. Carlos pregunta:
-Mil pesos.
-Dos, diarios, doce por semana.
-Es mucho dinero.
Escribo en mi tarjeta de presentación: Recomendado por Dante.
-Ellos andan en las cantinas del centro, cerca de Libres, el alto es el Cañas, al otro le dicen Puercos. No te conviene que te vean, son santeros, son brujos, el Cañas anda armado, está paranoico y sabe que hay gente que lo sigue. Tienes que encontrar el lugar donde está el altar, quemar el altar y traer el muñeco que tiene mi nombre.
-Y dónde está el altar.
-No sé, si no lo haría yo. Debe haber varios, tienes que encontrar el altar dónde está mi muñeco. Y guardar el muñeco en está bolsa, -deja caer una bolsa de terciopelo morado-tienes que guardarlo en la bolsa, es muy importante. Si no lo haces así puedo morir, es muy peligroso. Es muy importante que guardes el muñeco en la bolsa.
-Ajá.
-Tiene que tener cuidado y no dejes nada, no escupas, no toques nada.
-Ajá.
-Es muy peligroso. Todo es muy peligroso.
Carlos suda, Carlos no deja de tocarse la cabeza. Y después nada, clava la vista en un vacio y se queda inmóvil. Le hablo y no responde. Me levanto con la pistola en la mano y le apunto entre los ojos: ni siquiera pestañea. Dejo la oficina y camino hacia Libres.
Pido una cerveza y me siento en el rincón de la cantina, la cantina se llama La Dulce Azucena, el Puercos está bebiendo en la barra, habla con una mujer y la pellizca: ahora los senos, ahora las nalgas. Intento no mirarlo pero es difícil, es difícil no mirar a un tipo como el Puercos: verrugas en el cuello, un lunar bajo el cachete izquierdo, una mancha roja le cubre la mitad de la cara; la otra mitad está llena de granos y cicatrices. El Puerco suda y se ríe, suda y se ríe y maltrata a la mujer con la que habla, le sujeta la cara y la mira a los ojos, y cuando la besa, la mujer cierra los ojos, y deja que el Puercos le lama la boca y casi la mitad de la cara con una enorme lengua morada.
Entonces la mujer le dice algo al Puercos: yo no escucho pero la mujer; casi estoy seguro dice, dice: el tipo de allá; o sea yo, no deja de mirarnos; y el Puercos voltea y me sonríe.
-¿Se te perdió algo putito?
No respondo, miro hacia el frente, miro sobre su hombro.
-¡He! Putito
Llevo el índice a mi pecho y pregunto:
-¿Me hablas a mí?
-¿Qué quieres cabrón? está puta está ocupada, así que qué.
-¿Me estás hablando a mí?
El puercos se levanta. El muy Puerco debe medir dos metros. El Puercos dice:
-Te crees muy cabrón verdá.
-¿Me estás hablando a mí? No veo a nadie más aquí ¿Me estás hablando a mí?
-Muy chingón: Rober Deniro.
Apunto directo al pecho.
-Quieto ahí cabrón.
-¿O qué? punk de mierda
Camina hacia mí.
-¡Ahí! ¡ahí!
-Muy chingón ¿no?
Y entonces disparo. El tipo se soba el pecho. Nada. Disparo una y otra vez hasta que escucho el percutor golpear la cámara vacía. El tipo está sobre mí. Cierro los ojos y recibo el primer golpe, después más, muchos más.
Despierto, un perro lame mi cara y empiezo a despertar, no puedo moverme, el perro lame mi boca y no logro levantarme, no zapatos, no chamarra, no pistola. Tampoco dinero en mis bolsas. Estoy en un solar baldío, tengo la cara hinchada y la camisa manchada de sangre, sangre que salió de mi cabeza. Después de una hora logró subir a un taxi.
Descanso sábado y domingo. El lunes regreso al despacho, mientras subo la escalera, pienso que Carlos Trejo va estar sentado frente a mi escritorio mirando el infinito.
-Hola César ¿cómo estás?
La dentista no huele a dentista, rosa su mejilla a la mía, siento su aroma eléctrico.
-Vino gente a buscarte.
-¿Me regalas un cigarro?
-Vino una mujer muy guapa. Estuvo un rato esperando, también vino un tal Arturo Tijero, me dio un sobre. Ven pasa, Romeo no está.
La sigo, ella se sienta sobre su escritorio y me da un sobre sucio de grasa y salsa.
Sé que puedo meter las manos bajo su falda, lo sé, ella se muerde los labios y me mira fijo. Tomo el sobre y le digo a Helena que tengo que irme, ella sonríe y dice:
-No muerdo.
-Yo sí.
-No le tengo miedo a las mordidas.
Se levanta y camina hacia mí y pone su mano en mi pecho.
-Yo sí.
-¿Sí qué?- dice.
-Yo sí le tengo miedo a las mordidas.
Ella se ríe y me da la espalda. Entonces pasa: siento la electricidad entrar a mí, entra por el estómago, meto la nariz en su nuca y le tomo los senos. Su piel es blanca, sus piernas duras, cogemos fuerte y rápido, ella se viene unos segundos antes que yo. Yo me vengo, me vengo mirando el techo blanco.
El sobre que dejó Arturo Tijero contiene fotos, poemas y cuentos firmados con el nombre de Dalila, dejo los textos y miro las fotos.
Foto: Hay ocho jóvenes; tres mujeres, cinco hombres, cada persona tiene un número y en el reverso están anotados los números y los nombres: al centro está una mujer rubia, lleva un chaleco de mezclilla y sonríe, se ve contenta, ella tiene marcado el número uno, se llama California Medina, a su lado está una mujer gorda, de ceño duro; quizá la mayor de todos, ella tiene el número dos, se llama Neusotis Guerrero, abrazándola está el número tres, el número tres es Arturo, del lado derecho de California Medina está el numero cuatro, él es Agus Camacho, alto, desgarbado, el cabello le cubre el rostro, lleva un cigarro en la boca y saluda a la cámara, el cinco usa unos lentes rojos y un saco, se llama Emiliano Aeme; en cuclillas, están los otros, de izquierda a derecha: Cesar Galván, Dalila Medel y Camilo Cienfuegos.
Foto: Dalila fuma y sonríe, a su lado está Agus Camacho con una cerveza en la mano, parece que están en un cerro.
Y más fotos, fotos de Dalila acompañada de los mismos.
Extiendo los papeles, poemas y cuentos, leo un poema que se llama Maldonado, luego uno llamado Ponte, leo las primeras páginas de los cuentos, leo el Manifiesto Herrumbrista, leo los nombres que firman el manifiesto, firman los ocho, sigo leyendo; después de una hora me doy cuenta: Arturo sólo trajo basura.
Prendo un cigarro, ir a buscar al Cañas y al Puerco me pone de malas; pero como van las cosas con Tijero, tal vez sea la única forma de encontrar a Dalila. Saco la pistola de reserva, reviso el cargador y me siento estúpido, demasiado estúpido, casi tan estúpido como debe sentirse el presidente, camino hacia Libres, La Dulce Azucena está vacía, voy a la barra y le pregunto al tipo si se acuerda de mí. Sí se acurda, me dice:
-A ti fue que te pusieron en tu madre el viernes.
-¿Quién era ese cabrón?
-Ni le busques carnal, al chile mejor ponle pies. Neta ahorita va a llegar ese cabrón y te va a poner otra chinga, yo me rio pero no me duele.
-¿Quién es ese cabrón?- dejo un billete de cincuenta en la barra.
-Le dicen el Puerco, la neta no sé mucho, sé que es madrina, sé que hace encargos pero no que encargos, dicen que es brujo, dicen que tiene pacto, ya vistes los agujeros en la paré: son los disparos que le distes, lo atravesaron sin tocarlo.
Veo los tiros: doce, uno juntito al otro.
-Un tequila.
-Vete compita, horita van a llegar esos vatos.
-Dame el tequila y una Negra Modelo ¿Vienen seguido?
-No… pero yo sé cuando van a venir… ¿ves la luz del baño? se pone amarilla, así como horita, ya sea el Puerco, ya sea el Cañas, la luz del baño se pone naranja.
-¿Sabes dónde trabajan?
-Con otros cincuenta seguro.
Dejo un billete de cien, vacio el tequila de un trago y le doy otro a la cerveza.
-Andan en el mercado Sonora, ahí él y el cañas tienen un puesto, ahí no hacen mucho; el puesto le sirve para conectar buenas chambas, pero bien, no sé dónde laboran, ni dónde viven. Mira la luz del baño. Ya viste cómo parpadea. Ni cinco minutos y lo que andas buscando lo vas a encontrar.
Pido otra cerveza y me voy al rincón. Fumo para controlar mis nervios.
Entra primero el Cañas; bastante más alto de lo que esperaba, se sientan en la barra; dos mujeres jóvenes los acompañan, una es hermosa, la otra no tanto.
Salgo en silencio, cagándome de miedo.
Después de tres horas, el Cañas y el Puerco salen acompañados, las mujeres están borrachas, demasiado borrachas para el tiempo que estuvieron.
Caminan hasta un Tsuru blanco, lo abordan y entran a Rómulo López, paro un taxi y los sigo.
Bajo una cuadra más adelante, y regreso caminando. El Tsuru está estacionado frente a una casa bastante vieja y bastante grande. Espero para ver si hay movimiento, nada: no luces, no sonido. Salto por el portón y rodeo la casa, nada: penumbras, sólo penumbras.
Escucho mi respiración, la puerta está abierta, entro, me golpea un olor a humedad y a tierra, la parte de abajo está vacía, subo a la segunda planta, intento escuchar, sólo oigo mi respiración, necesito calmarme, pongo un cigarro entre mis labios, lo prendo y abro la puerta de una habitación: ropa de mujer sobre la cama, la ropa huele a perfume, abro los cajones de la cómoda, cosas, polvos, libretas, voy a otro cuarto, hay luz dentro, espero, no hay sonido, empujo la puerta y entro y la veo, veo a Dalila, pero ella parece no verme. Tiene los labios muy rojos y los ojos muy negros, un negro absoluto, no hay más que negro. Espero, quiero seguirla viendo; el hecho de verla sin que me vea me la hincha, ella se desnuda, camina desnuda, tensando los músculos de sus piernas mientras camina, y luego de varios pasos, se deja caer sobre la cama, la cama es muy blanca y su piel es morena, y entonces pongo atención y entonces huelo, huelo la sal del mar, huelo un pueblo viejo y casi abandonado, huelo la tarde y entonces ella sonríe y me dice que no moviendo la cabeza. Y me dice que espere, me dice: Espera. Y su voz me abraza los brazos y me aprieta las piernas, su voz serpiente me estruja, me sujeta hasta que dejo de poner resistencia y entonces me dice:
-Francisco sabe que estás aquí, tienes permiso para estar conmigo.
-Me ves.
- ¿Tú también estás muerto?
-Yo no estoy muerto.
-¿No?
-No.
-Tal vez esté dormida. A veces cuando duermo despierto en está habitación. Ven, siéntate conmigo- su mano en la cama.
Me siento a su lado. La miro a los ojos.
-Son los muertos… No tengas miedo, estoy contigo… me tocó ensañarte la casa de Dante, pero hoy no. Sabes, Dante quería verte, dice que puedes ayudarnos, que puedes quitar los muertos de mis ojos.
-¿Quién es Dante?
-Yo soy Dante, yo soy la ciudad dormida, soy la luz azul de la madrugada… cierra los ojos.
Mi voz no reacciona, siento como sus labios vienen a los míos, como su boca abre mi boca, siento su lengua reptar sobre mi lengua e ir hacia el fondo, no puedo respirar, no puedo moverme. Despierto sudando sobre el sillón de mi despacho; no tengo tiempo para pensar, tocan a la puerta y entra Arturo Tijero.
-Detective.
-Ayer vi a Dalila.
-¿Dónde?
-En una casa abandonada, cerca de Monteverde.
-¿Está bien?
-Sí, creo que sí.
-¿Y cuándo vas a sacarla?
- ¿Por qué crees que Dalila no quiere estar ahí?
-Te dio dinero… para que la buscaras.
-No se veía triste ¿qué quieres cabrón que haces aquí?
-Vine a decirte que va ha haber una fiesta.
-¿Y?
-Tal vez vaya Dalila.
-No entiendo nada ¿si Dalila anda de aquí para allá por qué quiere que la busque?
-Así es Dalila ¿te importa si me doy unos pases?
-No me importa ¿conoces a Carlos Trejo?
-Carlos Trejo es un pendejo, Cañitas y Cuentos de terror y de espanto no son libros para presumirse, pero yo los escribí, él me contaba y yo escribía, le cobré mil por los cuentos y tres por Cañitas.
-¿Él conoce a Dalila?
-Creo sí, no sé, Dalila es conocida ¿sabes que es mujer de Francisco Algos Boleno?
-¿Y Francisco quién es?
-¿El Tigre Pinto?
-No.
-Es otra historia. Aquí dejo la dirección. ¿Quieres que te deje un poco de coca?
-No.
Camino al mercado Sonora, no me cuesta mucho encontrar el local del Cañas y el Puerco, sólo está el Cañas así que entro y pido una limpia.
-No puedo limpiarte.
-¿Por?
-No aquí, las vibras que tienes necesitan un lugar especial.
-¿Cerca de Monteverde?
-Sí ¿Estás recomendado?
Muevo la cabeza de arriba abajo, y espero, aguanto su mirada.
-¿Quién te recomendó?
-Dante.
-¿Qué Dante?
-¿Cómo?
-¿Dante qué?
-Dante no tiene apellidos. No los necesita, nadie puede olvidar a Dante.
El tipo toma mi brazo y desamarra una cortina y la cortina cae y cierra el puesto. Me dice en voz baja:
-¿Quién te dijo de Dante?
-A veces Dante me habla.
-…Ven a las ocho, voy a presentarte a un amigo.
-Ya lo conozco.
-¿Quién eres?
Tiene miedo, el miedo brilla en sus ojos.
-¿Dónde está Dalila?
-Dalila hace mucho que no viene.
-Dante me dijo que estaba encerrada en un cuarto.
-No, Dante sabe qué le quitamos a Dalila, Dalila quiso saber mirar a los muertos en los ojos de los otros; para poder verlos, nos dejó un poco de ella, un mechón de pelo, sangre seca y también un… No, tú no sabes quién es Dante.
Saco mi pistola y le apunto a la cara. Él se ríe. Tiro la pistola y salgo en chinga, él sigue riéndose a carcajadas, cada vez más alto.
Regresó a la casa de Monteverde, salto el portón con un galón de gasolina en la espalda. Las puertas están cerradas, rompo una ventana y entro, la parte de abajo está vacía, entro al cuarto dónde encontré a Dalila: nadie, el colchón de la cama desnudo y roto, voy a los otros cuartos y no encuentro nada, no encuentro nada hasta el último piso, ahí sólo hay una puerta, disparo a la cerradura y entro: velas, velas rojas y negras sobre el piso, camino, al fondo hay un altar, en el altar hay varios muñecos encerrados, cada muñeco tiene en la cabeza una foto pegada, encuentro el muñeco de Carlos Trejo, la guardo en la bolsa morada, y busco a Dalila y la encuentro; recuerdo lo que me dijo Trejo así que saco su muñeco y lo echo en la mochila y guardo el muñeco de Dalila en la bolsa morada, saco el galón de gasolina y en su lugar dejo caer varios muñecos, humedezco mi saco con la gas y lo dejo caer sobre el altar y el altar arde, arranco una cortina y también la baño y la dejo ardiendo en la mitad del lugar, camino hacía afuera y voy mojando la casa, y cuando se me acaba la gasolina prendo todo y todo arde. Salto por el portón, y me largo.
Me siento tras el escritorio y espero. En una semana más vence el depósito. Una semana y me largo a Acapulco.
Arturo entra, Arturo está eufórico.
-Dalila apareció, dice que soñó contigo, dice que te de las gracias, dice que te cambia este sobre por una bolsita morada.
Abro el cajón y dejo la bolsa sobre el escritorio.
-¡Qué día! detective ¡qué pinche día!, primero aparece Dalila y luego la noticia de que el puto de Carlos Trejo está muerto.
-Se murió.
-Dicen que se quemó por dentro.
Arturo sale casi corriendo.
Miro por la ventana, luego de dos minutos veo a Arturo Tijero cruzar la calle y darle la bolsa morada a una mujer que desde aquí, se parece a Dalila.
Bajo hasta un puesto de periódico, compro el Metro y confirmo: ayer varios hospitales tuvieron casos similares a los de Carlos Trejo. Compro otro periódico: la noticia está en todos. Regreso al despacho, acomodo veintisiete muñecos sobre el escritorio y dejo caer los poemas y cuentos de Dalila encima de ellos, mientras los poemas arden cuento el los billetes: ochenta y cinco billetes de quinientos.
Tomo un taxi. El próximo camión a Acapulco sale en media hora.
Aréstegui Manzano.

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